Dios no es glorificado en que cantemos mucho, tampoco es glorificado en lo mucho que leamos, en lo mucho que memoricemos, en los muchos seminarios a los que asistamos, escuelas, encuentros, institutos, guerras territoriales, congresos, en ninguna de estas cosas es glorificado el Padre, estas cosas son buenas, son necesarias, son parte de nuestro entrenamiento pero Dios no es glorificado en ninguna de ellas, ni siquiera cuando le cantas y lloras es glorificado tu Padre.
Así es, ni siquiera en aquella ocasión en que lagrimas recorrieron tus mejillas, caíste de rodillas y lloraste delante de su presencia, fue una experiencia hermosa, necesaria, un rendirse a Él, fue algo bello, hermoso, el Padre lo vio y lo recibió, pero no fue glorificado en eso.
A decir verdad el Padre es glorificado, de acuerdo a Jesucristo, en esto:
En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así probéis que sois mis discípulos. Juan 15:8
El Padre no es glorificado en nuestras canciones, en lo mucho que alcemos las manos, que lloremos, que oremos, que gritemos, el Padre es glorificado en el FRUTO que demos, el fruto es visible, el fruto es palpable, y el fruto puede ser degustado por otros, es mi fruto, es tu fruto, es NUESTRO fruto como comunidad lo que trae gloria al Padre, nada más, y nada menos:
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Gálatas 5:22 – 23