Hay una realidad que los hijos de Dios deben comprender, y deben proclamar y es el hecho de que el sacerdocio no es de unos pocos escogidos, que todos somos sacerdotes, que no dependamos de un clérigo especial, de un obispo, o de un pastor, ni un apóstol. Que todos somos sacerdotes de Dios y todos tenemos acceso a Él.
Que hay funciones diferentes, pero que el crecimiento es un asunto de todos, que no debemos enseñorearnos los unos de los otros. Que el pedir dinero no es aquello para lo cual hemos sido levantados, que los milagros y sanidades NO SE COMPRAN, sino que son un acto divino de gracia.
Que el edificio al que llaman iglesia, no es la IGLESIA, el edificio donde se reúnen, donde nos reunimos no es más que ladrillos y cemento, y que desde donde predican los pastores y maestros es una tarima, que esos lugares NO SON ESPECIALES EN SI MISMOS, ¡TU ERES EL ESPECIAL!.
Estos edificios no son un templo, iglesia. Tú eres el templo, nosotros somos la iglesia y en misterio de misterios el Espíritu de Dios habita en nosotros.
Necesitamos proclamar que no necesitamos músicos que nos dirijan, porque él ha puesto una canción en nuestro corazón, que no necesitamos a alguien que presida para llenar los silencios incomodos como si a Dios le incomodaran, necesitamos proclamar que el sacerdocio es algo que se ejerce en la vida cotidiana, con una vida de amor a Dios sobre todas las cosas y amor al projimo como a uno mismo.
Atrévete a dejar de tan solo «ir a la iglesia», y comenzar a ser Iglesia.