El Editor de Sueños – Melissa Cataño
Ya había pasado una semana, desde que conocí al Editor de sueños. En este poco tiempo, él se había convertido en mi inspiración. Estaba llegando a mi casa – después de un arduo día- intentando cumplir con lo que decía el primer capítulo de mi libro. Mi teléfono sonó con su timbre peculiar, lo tomé y contesté.
“¿Sí?” Pregunté, mientras me recostaba en mi sofá de cuero café, junto a un ventanal que daba al jardín.
“¡Samuel!” dijo una voz conocida, tan dulce y llena de sabiduría.
“¡Señor Editor!” dije incorporándome en el sofá, intentando controlar mis nervios.
“¿Cómo has estado?” preguntó con fineza.
“Muy bien. He intentado hacer lo que dice mi libro en el primer capítulo. Qué pena, no he salido de ahí.” Dije sonrojándome
“Todo tiene su tiempo, Samuel.” Respondió riendo un poco. Pude imaginar su sonrisa impecable.
“Sí señor.” Suspiré mientras sentía la paz que provenía de sus palabras.
“¿Samuel, estás atento?” Preguntó
“Siempre.” Respondí. Pude sentir como sonrió.
“Te necesito en mi oficina mañana en la mañana. Es urgente, pero no es obligatorio que vengas.” Me dijo.
“Será un honor poder ir a visitarte el día de mañana.” Respondí, paranoico por la idea de que lo vería.
“Perfecto. Aquí te espero mañana en las horas de la mañana. Ten una linda noche. Hasta pronto.” Respondió y esperó a que yo respondiera.
“Sí señor.” Dije intentando no tartamudear.
El teléfono se colgó. Lo único que pasaba por mi mente, es que él me iba a ayudar a leer mi libro, a interpretarlo o que simplemente creía que estaba listo para recibir el siguiente libro. No, no puedo dormir esta noche, es imposible, voy a recibir más sabiduría de parte de él.
Era una mañana muy soleada y cálida. Podía sentir el viento realmente refrescante, mientras me acercaba a un edificio resplandeciente y el más alto y hermoso de toda la ciudad, el edificio del Editor de sueños. Lo más llamativo de ese edificio -para los que ya habíamos ingresado- es un letrero en la puerta que dice “Nunca entres obligado, entra convocado.” Con los nervios presionando mi pecho, entré al ascensor y llegué al último piso y me anuncié.
“¡Samuel! Te he estado esperando desde la madrugada.” Dijo él saliendo de su oficina con un traje de lino color blanco, luciendo realmente resplandeciente.
“¿Entonces llegué tarde?” Pregunté preocupado. Nunca le quiero quedar mal a él.
“Claro que no.” Dijo soltando una carcajada y abrazándome “Es que yo siempre te esperaré.”
“Gracias señor Editor.” Respondí aliviado.
Entramos a su oficina. Me indicó que me sentara en una silla de la mesa de té, que tenía él. Lo observé con cuidado, mientras se sentaba en la silla frente a mí. Él es perfecto en cada cosa que hace, es lo máximo, yo quiero ser como él. Al tomar asiento me miró fijamente a los ojos.
“Lamento decepcionarte, mi querido Samuel.” Dijo él sirviendo dos tazas de té azul.
“Señor Editor, tú nunca me decepcionas.” Dije un poco insultado.
“No estás aquí para recibir algo.” Dijo él mientras volvía a mirarme a los ojos.
“¿Entonces para qué me llamaste?” Pregunté con interés y expectativa.
“Como editor de sueños ¿cuál crees que es mi sueño?” Preguntó mientras tomaba un sorbo del té frente a él.
“Escribir los sueños de los demás.” Respondí dubitativo después de pensarlo un buen tiempo.
“Eso lo hago por amor pero yo… ¿cuál es mi sueño?” preguntó, intentando hacerme entender. Esto me dejó pensando por un muy buen tiempo.
“Sinceramente, no lo sé señor.” Respondí francamente.
“Bueno,” dijo sonriente “te contaré mi sueño, pero antes de eso, necesito que me prometas que puedes hacer algo por mí.”
“Claro que sí, lo que sea.” Respondí de inmediato al caer en cuenta que la persona, a la que más admiro en el mundo, me estaba pidiendo que hiciera algo por él.
“Que tú escribas el libro de mis sueños.” Dijo él entrelazando sus dedos.
“Pero… Señor Editor, hay verdaderos escritores allá afuera.” Respondí confundido.
“No quiero que cualquiera lo haga, quiero que lo hagas tú.” Dijo sin haber borrado esa sonrisa de su rostro ni por un segundo.
“Bueno, sí Señor. Será un placer.” Respondí. Si él lo pide, es porque él sabe, que yo puedo hacerlo.
“Perfecto. Entonces ven todos los días a mi oficina y te diré mi sueño y lo escribirás.” Dijo él de una manera muy paternal.
“Vendré todos los días.” Dije aceptando el reto.
Nos tomamos el té, mientras yo le contaba a él, todo sobre lo que había hecho desde que recibí mi libro con mis sueños. Terminamos, y le dije que, tenía que descansar para poder regresar el día siguiente. Salí y llegué a mi casa.
Él es maravilloso e increíble. A cada persona que es convocada a la editorial, se le entrega un libro con sus sueños. Es como un propósito marcado en ese libro. Nunca pensé, que él tendría un sueño, más allá que sólo publicar un libro con los sueños de alguien. Cuando salí de aquella oficina, un deseo increíblemente grande por escucharlo hablarme empezó a arder dentro de mí. De repente, su voz se volvió más importante para mí que la mía. Como si mi naturaleza egoísta hubiera desaparecido.
Volví a su oficina a primera hora. Estaba expectante por escribir sus sueños. Entré y me senté junto a él. Diligentemente, saqué mi cuaderno y mi lápiz y me preparé para escribir lo que él me decía. Él empezó a hablar con sus palabras sabias. Pude notar, en su rostro, la emoción que tenía al ver que a alguien le importaba su sueño y fue ahí, cuando me propuse hacer que otros supieran su sueño y les importara.
“Creo que es suficiente por hoy.” Dijo comiendo un pequeño bizcocho.
Ya era de noche. Observé el cielo oscuro y luego volví a mirar lo que había escrito. ¡Qué sueño tan extraño!
“Señor Editor ¿puedo hacerte una pregunta?” dije sin quitar la mirada del cuaderno.
“Claro que sí Samuel.” Dijo él aun disfrutando de su bizcocho.
“¿Por qué quieres compartir tu sueño?” pregunté mirándolo, él sonrió.
“¿Por qué no hacerlo? Yo prefiero soñar con otros a soñar solo.” Respondió.
“¿Y por qué quieres decirlo en tu libro?” Pregunté confundido.
“Porque en un libro se escribe una historia. Hacen parte de mi historia. ¿Entiendes?” Dijo pacientemente
“Sí señor.” Dije cayendo en cuenta que yo hago parte de esos otros.
Me dijo que me fuera a mi casa a descansar, pero yo sólo quería escuchar más.
Los días pasaron y cada vez yo duraba más tiempo con él. No quería hablar, yo quería conocer sus secretos, sus sueños. En unos pocos días, me di cuenta que yo podía ayudarle a cumplir sus sueños. Me enseñó y compartió lo que él es.
Una tarde, como todas las maravillosas que había pasado con él, terminé de escribir lo que él me había dicho. Él suspiró y me miró.
“¿Qué más sigue?” Pregunté, preparado para escribir lo que él quería compartir. Su respuesta fue una sonrisa. “¿Qué pasó?”
“Es hasta aquí. Se acabó el libro.” Dijo él tomando de su té, esta vez fue té blanco.
“No señor Editor, sé que hay más.” Dije negándome a creer que eso era todo.
“Sí Samuel, hay más. Pero como ese libro no es para mí, tengo que dejarlo hasta ahí. Cuando estén listos, te llamaré para que me escribas el segundo libro.” Dijo él sonriente y orgulloso de mi trabajo.
“Sé que esto es raro pero ¿alguna vez se acabará? No quiero que se acabe.” Dije preocupado al pensar en un final.
“No, no se acabará. Los misterios son infinitos.” Dijo poniendo su mano derecha sobre mi hombro. “Recuerda Samuel, nunca hay finales, sólo hay nuevos comienzos.”
“Bueno,” dije lleno de paz al escuchar sus palabras “¿cómo quieres que se llame el libro? ¿Cómo le presento tus sueños a los otros?” pregunté, preparado para escribirlo.
“Se llamará ‘El plan de las edades’”
Nunca hay finales, sólo hay nuevos comienzos